martes

SU TALÓN DE AQUILES

Como cada mañana ahí estaba yo en mi despacho de una de las más importantes e internacionales agencias de publicidad de Barcelona. Mi trabajo para ese día consistía en escribir una lista con no más de una docena de frases ingeniosas para la campaña que estábamos desarrollando de una marca de ropa interior femenina. Por la tarde teníamos una reunión de Brainstorming en la que mis ideas se lanzarían a la vez que los primeros bocetos del equipo creativo, y con suerte, daríamos con las claves exactas que convencerían al cliente de que nuestras propuestas eran las idóneas para la promoción y venta de su producto.

Lo único que fallaba –como cada jodida mañana – era la intrusión constante en mi despacho de Luis; un maldito hijo de puta, jefe de sección, y que lejos de ayudar a que la inspiración se hiciese un hueco en mi cansada mente, lo único que conseguía era desquiciar a cualquiera por su modo de meter prisas, vociferar y tratar a todos los creativos como si fuésemos ganado.

Le mostré las ideas a Luis y las aprobó sin mediar “pero” alguno, al contrario... dijo que le parecían estupendas. ¿Estupendas?... Luis no era así; se trataba del típico que nunca encontraba nada bien, a menos que lo hubiese hecho él o que adueñándose de una idea ajena la pudiese vender como suya. Sin ninguna duda Rosana le hizo un buen trabajo durante la noche anterior, de lo contrario... era inexplicable tanta amabilidad. Rosana era lo único y verdaderamente bueno que tenía Luis: una preciosa esposa sacada de un anuncio de suavizante para el pelo, con unas piernas interminables y tan inteligente que resultaba chocante que compartiese vida con un tipo como él.

Durante el brainstorming Luis firmó su sentencia de muerte. Expuse mis ideas tal y como esa misma mañana se las había expuesto a él. Al cliente le parecieron brillantes, los socios de la agencia estaban en el estado de excitación típico que muestran cuando ven al cliente satisfecho, pero Luis... al parecer había pasado toda la hora de la comida pensando en el modo de cómo tirar por tierra cada una de mis propuestas, de manera, que en un momento de la reunión se levantó y empezó a formular una interminable lista de “peros”. Atónito vi como a mi alrededor las caras de los allí reunidos cambiaban su semblante y mis ideas empezaban a ser cuestionadas en serio hasta el punto de dejarlas correr y tratar de buscar ideas nuevas por caminos distintos. No en vano, Luis era el nieto de uno de los fundadores de la empresa y aunque lo más probable, era que nadie pensase que tenía razón, todos preferían hacer ver que le tenían en cuenta.

—Pero... ¿Mi opinión no cuenta?— Preguntó el cliente extrañado.

—Por descontado... claro que cuenta, pero permítanos que le demos una vuelta de tuerca más y encontremos el eslogan perfecto. Ya sabe... todo es mejorable.

Esas fueron las palabras de Gustavo, el director creativo, para conseguir disuadir al cliente de mis buenas ideas y dejar en buena posición a Luis. Malditos canallas.

Todo el mundo tiene un talón de Aquiles, de modo que Luis no podía ser ni distinto ni de otro modo que los demás, sin duda él tenía un punto débil, y desde ese día... me centré en buscarlo hasta dar con él.

Esa noche la pasé en el Jump, un viejo bar de mi barrio al que de madrugada sólo acudían borrachos y alguna que otra zorra en busca de un polvo nocturno que le ayudase a conciliar el sueño, o en su defecto, esnifar alguna raya proveniente de algún zarpazo que alguien se estuviese preparando en los lavabos del local. Las más afortunadas salían del bar con ambas cosas... Yo no era un borracho a pesar de que el whisky estaba empezando a sumirme en un desasosegado sopor, y tampoco era una zorra, pero me sentía como tal. Me abrumaba la sensación de que si tenía algún talento escribiendo estaba echándolo a perder a cambio de un puesto fijo en una agencia en la que me pagaban un buen sueldo por escribir frases de mierda, que servían para vender productos de mierda, a un montón de consumistas que abusaban de sus horas de televisión; o porque no tenían nada mejor que hacer o porque cuando llegaban a sus casas, la televisión era lo único que en realidad tenían.

La oscuridad del Jump era casi absoluta, del techo de la barra pendían unos pequeños focos que iluminaban tenuemente el local y dotaban de un triste brillo a las botellas, a los vasos de tubo y a las copas. Sin duda, el lugar menos adecuado para encontrar la luz al final de un túnel que no parecía tener salida alguna.

La mañana siguiente fue aún peor que la mañana anterior y que muchas otras. Gustavo, que en el brainstorming había estado excitado ante la reacción del cliente al oír mis ideas, pasó por mi despacho para decirme que debía pisar el acelerador, que tenía que involucrarme más en los proyectos y asumir un papel más activo.

—Ya oíste lo que dijo Luis. ¿Verdad? — Me dijo.

¿Qué si lo oí? Maldito Luis y maldita la puta de su madre por engendrar a semejante Caín.

Con el peso sobre mis espaldas del resultado de una noche en vela, me dirigí al archivo para rescatar alguna de las muchas frases que habían sido descartadas en los dos años que llevaba pariendo ideas para la agencia. Recordaba vagamente alguna que en su día hice para la publicidad de unos paraguas y que bien adaptada, podría servir para la campaña presente de ropa interior femenina. Por el estrecho pasillo que conducía desde el departamento creativo al archivo me crucé con Luis, y sin querer... pisé uno de sus pies enfundado en un reluciente zapato negro.

—¡Coño!... ¿Es que ya no miras ni por donde andas?

—mmmm... Perdona Luis, ni me fijé.

—¡Maldito estúpido!... Ése es tu problema, ¡Nunca te fijas en nada!

De buena gana hubiese hundido mi mano en su pecho, le hubiese arrancado el corazón y me lo habría comido ante su cara mientras en sus ojos quedase aún el menor atisbo de vida. No obstante, preferí seguir mi camino hacia el archivo y de reojo, girarme con disimulo para mirarlo por encima de mi espalda. Así lo hice y la imagen que vi... Ahí estaba él. Mi pie había pisado su zapato derecho y el tipo estaba utilizando ese pie para pisarse su zapato izquierdo, acto seguido se agachó mientras extraía un blanco pañuelo de su bolsillo para limpiarse concienzudamente ambas punteras. Me vio...

—¿Qué cojones se supone que estás mirando? ¿No tienes nada mejor que hacer?

Una vez en el archivo, y mientras rebuscaba en el interior de un montón de cajas, recordaba la escena de Luis pisándose y limpiándose los zapatos. ¿Qué significó eso? ¿A qué especie de ritual extraño pertenecía? Carecía de sentido y por más vueltas que le daba... no encontraba lógica alguna a semejante actitud, pero tampoco quise pensar más en ello y me dediqué a buscar las frases escritas para la campaña de paraguas. Al fin y al cabo, eso sería lo que me haría cumplir con mi jornada laboral para el resto del día y poder largarme a casa con la conciencia tranquila.

—Aquí está... “Paraguas Sloan”. A ver si realmente hay algo aprovechable.

Salí del archivo cargado con la caja y decidí acercarme por recepción para decirle a Nuria que no me pasase llamadas. La intención era la de encerrarme en mi despacho el tiempo necesario hasta sacar algo de provecho que pudiese presentar en el siguiente brainstorming, y tratando de evitar, claro está... que Luis pudiese verlo antes, pero ... ¡Oh sorpresa!... Rosana estaba en recepción. Había venido a buscar a Luis para comer con él y Nuria le estaba comentando que su queridísimo esposo acababa de salir para comer con un cliente. Resignada, Rosana dirigió su mirada hacia donde yo estaba y me vio acercándome hacia Nuria cargado con mi caja del archivo bajo el brazo.

—Vaya chico, ¡Que sorpresa!... ¡Por Dios! —Me miró de arriba abajo— ... ¡Estás hecho un asco!

Genial que una de las mujeres más hermosas que has visto en tu vida... te reciba diciéndote eso.

—Hola Rosana. ¿Algo va mal?

—Bueno... no exactamente... ya es la tercera vez este mes, de modo que... ya me tiene acostumbrada. ¿Comes por aquí?

Rosana y yo, en un tiempo... estuvimos a esto de tener una historia. Luis es el típico gilipollas que descuida a una mujer, que le pone afición al principio, pero que luego se abandona y prefiere contemplar a 22 tipos pegándoles patadas a un balón con la estúpida intención de colarlo en una portería clavada en un campo de césped. No creo que se trate del hombre que escucha a una mujer, en realidad Luis nunca escucha a nadie. Y tampoco le imagino compartiendo una tarde de domingo con Rosana, sentados ambos en el sofá de casa, cubriendo sus rodillas con una fina manta y mientras que ella mira la película alquilada en DVD, él ... la mire dulcemente a ella. No... Luis no es de esos tipos.

—¿Qué si como por aquí?... En realidad no tenía la menor intención de comer hoy, pero...

—Vamos anímate y llévame a algún sitio bonito. ¿Aceptas?

—Si... como no. Nuria... te traía esta caja para que me la guardes hasta que regrese. ¿Te importa?

Estuvimos comiendo en un restaurante cercano, la conversación fue ideal, recordamos incluso esos momentos en los que estuvimos a poco de enzarzarnos en un romance, y a decir verdad no me dio la sensación de que a ninguno de los dos nos importase mucho reanudar el juego que nos llevó a esa situación. Rosana coqueteó conmigo durante el transcurso de esa comida, sin duda ambos necesitábamos afecto y echábamos de menos lo que tuvimos, aunque en realidad... nunca tuvimos nada. Por mi parte... no sé muy bien que estaba pasando por mi cabeza, pero... en lugar de prestarme al juego y de pedirle a Rosana que me acompañase a mi casa o a un hotel cercano... se me ocurrió – como prioridad a cualquier otra historia con ella – comentarle la escena del pasillo que tuve con Luis y con sus zapatos negros. De algún modo, imagino que estaba buscando algún dato que me llevase hasta el punto débil de Luis.

—Ufffff... Esas cosas son típicas de Luis —Y Rosana siguió contándome—. Es un supersticioso terrible. En casa ya estoy harta de ver por todas partes libros de ocultismo, astrología y sandeces de esas. Seguro que pensó que si no se pisaba él el otro zapato... eso le daría mala suerte.

—Qué me estás diciendo.... ¿Luis? —Yo no salía de mi asombro.

—De veras, de veras... no te lo puedes llegar ni a imaginar... es algo exagerado.

Vaya... así que Luis era un tipo supersticioso, y como tal... aprensivo y temeroso de que algo le pudiese suceder o algo le pudiese ir mal... jamás habría pensado eso de Luis, de modo... que muy supersticioso debía ser para tratar de disimularlo tanto.

Rosana me comentó también que la siguiente semana la pasaría con su hermana en una casa de campo. Evidentemente sin Luis, ya que él tenía que crear unas ideas para una campaña de ropa interior femenina y estaba ocupadísimo pensando en la estrategia. ¿Estrategia?... Me ahorre contarle a Rosana lo cabrón que era Luis y de que esa campaña era mía, -bajo su supervisión, como todas- pero que el trabajo de crear esas ideas era el mío precisamente. De modo que llamé al camarero para pedirle la cuenta.

Rosana no pudo ocultar un cierto desaire al ver que me entró la prisa por volver a la oficina. Ni a ella ni a mi nos hubiese importado darnos un buen homenaje. Quizá incluso hubiese sido un buen modo de vengarme de Luis, pero Rosana... no era un instrumento de venganza, era demasiado el respeto que yo sentía hacia ella para utilizarla de un modo tan vil. Mi cabeza, en cambio ... ya estaba urdiendo un plan.

De nuevo era lunes. Pasé el fin de semana mordiéndome las uñas por no haber hecho el menor intento de aproximación con Rosana, pero lo cierto era que la mayor parte del tiempo lo pasé dándole vueltas a la faceta supersticiosa de Luis y en cómo, eso... podría serme útil. Rosana ya había marchado con su hermana la noche del domingo, me llamó para decírmelo y para recordarme que teníamos que volver a vernos a su regreso. Acepté volver a verla con agrado y le deseé un feliz descanso durante esos días. A pesar de ser lunes el día no pudo ser mejor. Esa tarde tuvo lugar el nuevo brainstorming y mis ideas, por fin, calaron en todos los presentes. Luis nunca fue lo que se podría decir... mentalmente ágil y no pudo argumentar en contra de un modo improvisado, habría necesitado la hora de comer para preparar su ataque, pero justo a media mañana yo le dije que aún no tenía nada preparado de firme. A regañadientes aceptó mis propuestas y, sin duda, presionado por el resto de directivos que ya no estaban demasiado dispuestos a darle más vueltas a la campaña ante el riesgo de que el cliente se largase a una firma de la competencia.

Envalentonado por mi victoria y aprovechando los momentos bajos de Luis, decidí que esa misma noche pondría en marcha la primera parte del absurdo plan en el que pensé durante el fin de semana y que gracias a la información que me había brindado Rosana, haría de mi venganza un plato excelente. Podía llegar a tratarse, si todo salía bien... de “la putada perfecta”. Sólo era necesario orquestarlo correctamente y confiar en que Luis pusiese de su parte. De manera que esa madrugada... sonó su teléfono:

—¿Si?... ¿Si?... ¿Diga?

—Hola Luis.

—... ¿Quién diablos es? —Luis estaba más dormido que despierto.

—Luis soy yo ... perdona que te llame a estas horas.

—¿Tú? ... Pero tío... ¿Sabes que hora es? ¡Son las cuatro de la madrugada!... ¿Qué quieres a estas horas?

El tipo estaba empezando a cabrearse... sin duda lo último que él esperaba era una llamada mía de madrugada, y automáticamente se preocupó por Rosana.

—¿Ha pasado algo con Rosana?... ¿Te ha llamado?, ¿Sabes algo?... No te negaré que me jode esa... “amistad” que tenéis desde hace tiempo.

—No, cálmate... nada tiene que ver con Rosana, es sólo que ... a veces veo muertos —si vale... lo sé, es poco original y burdo, sacado de una peli de éxito, pero me pareció que la frase me venía bien en ese momento. Incluso reconozco que tuve que aparatarme del auricular debido a que se me escapó la risa.

—Que ves... ¿Qué? ... Joder tío... ¿Te has vuelto loco?

—Luis, espera... hay algo que no sabes. Se trata de algo de lo que jamás he hablado en la oficina con nadie, pero... me sucede algo sobrenatural ... me pasa desde que era pequeño.

Por desgracia no podía verle, pero seguro que ahí... suscité su atención. Oí como Luis se encendía un cigarrillo, el ruido de su mechero fue inequívoco y además... me lo confirmó un breve silencio y un posterior exhalar nervioso como si se desprendiese del humo que había albergado en sus pulmones tras una profunda calada. Le imaginé ya incorporado y sentado sobre su cama con el auricular del teléfono pegado a la oreja.

—A ver tío... sea lo que sea... ¿No me lo puedes contar dentro de un rato en la oficina?

—No, de veras que no... es por eso que te llamo ahora. Quizá... en unas horas ya sea demasiado tarde.

—¡Joder tío!... Me estás asustando... ¿Qué pasa?

—Luis... he visto como estabas conmigo, en mi habitación... ha sido esta misma noche. Luis... esta noche acabas de despedirte de mi. Temo que algo terrible te va a suceder durante esta semana.

Creo que pude incluso intuir como Luis cambiaba el auricular de oreja... le noté asustado. Cualquier otra persona me hubiese colgado el teléfono y al día siguiente yo estaría firmando mi liquidación y obligado a buscarme otro empleo, pero Luis... ese tipo era una auténtico ceporro, así que seguí con mi discurso surrealista, a decir verdad... yo mismo estaba sorprendiéndome de mi éxito.

—Trata de tener cuidado, por favor... no me he equivocado las veces que me han sucedido estas cosas. ¡Ah!... y una cosa más Luis... muchas gracias.

—¿Gracias?... ¿Por qué me das las gracias?

—Verás Luis... además de despedirte de mi, me has pedido perdón. Jamás pensé que llegases a hacer eso en vida, pero esta noche me has pedido perdón por las veces que te has apoderado de mis ideas, por las que has tirado por tierra aquellas de las que no te has podido adueñar... me has pedido que te perdonase para poder marchar en paz. Y yo... te he perdonado.

—A ver, a ver... escucha... me estás acojonando. ¿No habrás soñado todo eso?

—Lamento decirte que, por desgracia, no es la primera vez que me sucede algo así, de modo que no... no ha sido un sueño, te aseguro que ha sido tan real como si ambos hubiésemos estado juntos en mi habitación. Ahora tengo que dejarte, pero Luis... cuídate. ¿De acuerdo?

Colgué el teléfono y le imagine corriendo hacia el mueble del lavabo para tomarse algunos tranquilizantes con la tez blanca como el papel y con un sudor frío invadiendo su frente y su cogote. Moría de ganas de verle por la mañana siguiente en la oficina y de seguir con mi absurdo plan.

Pasé el resto de la noche, las tres horas anteriores a que mi despertador sonase a las siete en punto... pensando en lo inimaginable que sería hacer eso con otra persona que no fuese él, pero sin duda ... Rosana no exageró, el tipo estaba absolutamente convencido de la existencia de los poderes paranormales, hasta el punto... de que marcaban su conducta.

Por la mañana, llegué a la oficina a mi hora, pero algo más cansado de lo habitual ya que me resultó imposible conciliar el sueño después de la llamada. Había encontrado su talón de Aquiles, había dado con su punto débil, y Luis... un cerdo desaprensivo y el desalmado más grande que había parido madre, era en realidad... el gusano más vulnerable que habitaba el planeta. Estaba perdido.

Las 10:00 y el tipo sin aparecer... que extraño, era puntual en extremo, yo ya me había dirigido a su secretaria personal con la excusa de que necesitaba hablar con él y ella me había confirmado que no tenía ninguna reunión ni cita alguna esa mañana. ¿Dónde se habría metido? Además era de esos lameculos que si llegaba cinco minutos tarde llamaba a Nuria a recepción para decirle que se hallaba en un atasco y que informase a Gustavo, el director creativo, de que se retrasaría unos diez minutos. ¿Qué clase de gilipollas llama para avisar de un retraso de diez minutos? Pues bien... esa mañana no llamó, le pregunté también a Nuria por él y me dijo que no sabía absolutamente nada.

Me di una vuelta por la sala en la que se hallaban los dibujantes creativos. Estaban dando los últimos retoques a los layouts a color referentes a los eslóganes que escribí para la marca de prendas íntimas. Los tipos estaban haciendo un trabajo realmente sugerente, y la directora del departamento de medios estaba solicitando muestras urgentes para empezar a entrar en contacto con la productora que se encargaría de rodar el spot. Las 10:30 y nadie sabía nada de Luis. Decidí pasar por la máquina de cafés, prepararme un expreso y regresar a mi despacho, aún tenía material que reorganizar, cosas que hacer, y aunque mi ansiedad por tener cerca a mi víctima era grande, quizá si me sumergía en el desorden que normalmente había en mi mesa el tiempo pasaría más aprisa.

Sobre las 12:00, Gustavo abrió la puerta de mi despacho. Su rostro estaba desencajado. Se quedó ahí, parado... con medio cuerpo afuera y medio dentro del despacho y sujetando con su mano el pomo de la puerta. Estaba por decirme algo, pero su voz se entrecortaba y no terminaba de arrancar.

—¿Qué sucede Gustavo?... ¿Pasa algo? —Pregunté.

—Dios mío —consiguió arrancar—... ¿Te has enterado de lo de Luis?

—¿Luis?... ¿Qué ha pasado con Luis?

—Ha sufrido un accidente... ha sido atropellado por un coche a la salida del metro de Paseo de Gracia. Parece ser que ha cruzado con el semáforo peatonal en rojo y un tipo en su vehículo se lo ha llevado por delante.

Solté los papeles que tenía en mi mano y me puse en pie como impulsado por un resorte. Se me heló la sangre en las venas, noté como mis sienes apretaban mi cabeza hasta entumecer mi cerebro, me costó tragar saliva e incluso percibí un ligero temblor por todo mi cuerpo... tuve que agarrarme a la esquina de la mesa para no caer.

—Pero... ¿Él está bien?

—No... no está bien... ha muerto en el acto. Cuando ha llegado la ambulancia ya no había nada que hacer. Por cierto... ¿Puedes darle tú la noticia a Rosana? Nuria está tratando de dar con ella, pero no la localiza.

—Descuida Gustavo... sé donde está, así que yo la aviso.

—Gracias —dijo Gustavo—. Lamento de veras que te toque la parte más dura de todo esto, pero por tu amistad con ella...

Rosana regresó de inmediato para ocuparse personalmente de todo lo relativo al funeral. Estuvo destrozada durante varias semanas y yo permanecí a su lado durante todo ese tiempo. Curiosamente y después de todo lo que ella me contó y de saber cómo habían transcurrido los hechos, mi ... “putada perfecta”, pasó a convertirse en “el crimen perfecto”.

Parece ser que la madrugada anterior al accidente, Luis se había tomado bastantes tranquilizantes porque había sufrido un ataque de ansiedad durante la noche. Esa misma mañana no cogió su automóvil por “alguna extraña razón” y decidió ir a la oficina en metro y allí –según declaró al conductor de la ambulancia, una anciana que realizó el mismo recorrido en metro que él- le sobrevino un nuevo ataque de ansiedad que le obligó a salir del vagón y bajar en Paseo de Gracia, en lugar de en Diagonal como hubiese sido lo lógico. Alterado y sofocado salió a la calle y se encontró de narices con el fatal desenlace.

A todas luces eso me convertía en el único culpable de todo aquello, pero debo reconocer ... que el sentimiento de culpabilidad era nulo. Quizá si las cosas hubiesen ido de otro modo, si mi vida hubiese dado un giro negativo tras ese lamentable suceso mi reacción hubiese sido distinta, pero ... a día de hoy, seis meses más tarde de lo sucedido; me he instalado en casa de Luis, una casa estupenda, grande y perfectamente decorada, comparto mi vida con Rosana. Demasiado pronto quizá... ya que las cenizas de Luis aún no deben haber sido completamente desperdigadas por el viento de tramontana de la playa de Cadaqués por donde fueron esparcidas, pero ni Rosana ni yo forzamos las cosas, la situación se dio así y ninguno de los dos hicimos tampoco nada por evitarlo. A los pocos días del accidente el comité de la agencia decidió darme a mi el puesto de jefe de sección que Luis ocupaba y percibir por ello un sueldo nada despreciable. Me trasladé a su despacho, llevé allí mis cosas y ahora es mi despacho... su casa es mi casa, su trabajo es mi trabajo y su mujer es mi mujer. Quizá existe alguna justicia divina que ha sido la encargada de propiciar todo eso, aunque lo dudo... Cuando íntimamente me encuentro sentado en el sillón de su sala ... mi sala de estar, leyendo la prensa, o cuando hago el amor con Rosana, noto dibujada una malvada sonrisa en mis labios, siento un perverso placer que recorre mi espinazo, y me reconforta saber que el diablo se ha puesto de mi parte y que una broma inocente dirigida a un auténtico estúpido sirvió para lograr mi absoluta felicidad. Si mi acto merece algún castigo ya pagaré por ello en el infierno.

Ahora mi vida es perfecta. Tan sólo, de vez en cuando... algo la perturba y no es más que la insistente manía de Gustavo en tocarme los cojones a todo momento con los malditos presupuestos y calendarios de producción.

—Gustavo —le digo—. Yo soy escritor, así que déjate de chorradas que estoy trabajando en una nueva campaña.

—¡Muy bien!... escritor y lo que tú quieras, pero necesito esos presupuestos para esta tarde, así que deja esa mierda que estás haciendo y ponte inmediatamente con ellos!

Esas son las palabras habituales de Gustavo, el director creativo, para disuadirme de la idea de seguir en mi empeño de querer escribir en el puesto que ahora ocupo. El muy canalla.

Todo el mundo tiene un talón de Aquiles, de modo que Gustavo no puede ser ni distinto ni de otro modo que los demás, sin duda él tiene un punto débil, y a partir de hoy ... me centraré en buscarlo hasta dar con él.

2 comentarios:

gus dijo...

Me encantó el relato! voy a ponerte un enlace en mi blog de cuentos! me gustó tu blog, lástima que me llamo Gustavo y trabajo en una agencia de publicidad (suerte que no soy director creativo!!!) saludos

Anónimo dijo...

Fantastico....Sencillo....Un poquillo largo, pero muy bien...

He llegado hasta aquí a través del blog de Bloody en La Comunidad y ya te he enlazado en el mio, que es muchiiiisimo mas modesto...

Te seguiré de cerca...

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