martes

ESE FUE EL TRATO

Unté un par de rebanadas de pan de molde con mayonesa. En realidad... detesto la mayonesa, pero me había quedado sin mantequilla y no soportaba la idea de comerme un sándwich de york y queso a palo seco; sin mantequilla ni mayonesa, y con esa desagradable sensación de que al masticar se te pega todo en el cielo de la boca.

Estaba colocando una loncha de queso sobre el pan recién untado y abriendo una Budweiser mientras Richard me contaba qué tal le había ido el trabajo del día.

—... Pues allí el tipo aquel... sangrando y gritando como un cerdo. ¡El muy hijo de puta! Yo que había decidido meterle dos cuchilladas para no armar escándalo con la puta pistola, y al muy cabrón le da por no morirse y ponerse a chillar.

—Sólo a ti se te ocurre olvidarte del silenciador... ¿Qué hiciste al final?

—Oh, al final... Oye... ¿Podrías prepararme uno de esos?

Richard hacía rato que miraba atentamente el proceso de elaboración de mi sándwich y se le estaba haciendo la boca agua.

—¡Si joder! Ahora te hago uno, pero cuéntame cómo terminó la historia.

—Pues verás, por suerte, en el taller en el que estábamos había una enorme maza que utilizaban para trabajar las planchas de aluminio. Así que la agarré, la levanté por encima de mi cabeza y le sacudí con todas mis fuerzas.

—Al menos se callaría el tipo... ¿No?

—Que si calló... La cabeza se le abrió como un coco, pero claro... lo chungo fue deshacerse del fiambre.

—¿Mayonesa?

—... ¿Cómo?

—Que si quieres mayonesa.

—Oh si... ponme un poco de esa mierda, gracias. Pues como te contaba... deshacerme de esa bola de sebo fue una tocada de huevos, pero el cliente pidió expresamente que el cuerpo debía desaparecer. Así que limpié bien toda aquella carnicería, metí al jodido gordo en el coche robado y le pegué fuego en un descampado a 200 kilómetros del lugar. Luego tuve que andar unos 40 minutos hasta encontrar un lugar en el que alquilar un automóvil para poder regresar.

—Vaya... un trabajo de mierda. ¿Eh?

—Ya lo creo... estoy por pedirle un extra a quien nos encargó el trabajito, aunque sólo sea por lo que me costó la puta gasofa.

—De sobra sabes que el precio queda cerrado de antemano.

—Lo sé, lo sé... eso es lo malo.

Me senté en el sofá junto a Richard, aparté de la mesita los mandos a distancia, el cenicero y dejé espacio para los platos con los sándwichs y las dos Budweisers.

Richard cogió el sándwich y le dio un bocado. Sin duda estaba hambriento. Eso de darle matarile a alguien ya no le quitaba el apetito y se estaba empezando a convertir en un buen profesional.

Con la boca llena y masticando con ganas se levantó del sofá, se quitó la sobaquera en la que guardaba su Glock, la colgó delicadamente en el respaldo de una silla, se quitó la camisa y la dejó de cualquier manera, sin mirar, allí donde cayera ya estaría bien. Mientras masticaba y se frotaba la nariz con el dorso de su mano, se dirigió de nuevo hacia el sofá y se dejó caer con las ganas de quien por fin... se encuentra con su momento de merecido descanso.

Mientras, yo finiquitaba mi tentempié y me disponía a tomar el último trago de mi extinta cerveza. Sin duda no se trató de una gran cena, pero sí del pretexto para, seguidamente, poder fumarme un cigarro.

Imagino que habría dejado de fumar mucho tiempo atrás, incluso creo que no hubiese llegado a fumar jamás de no ser porque me ponía absolutamente cachondo todo el ritual de liarme un cigarro con una buena picadura de tabaco y encenderlo con mi Zippo. El olor a gasolina y ese ruido... ese ¡Check! de esos jodidos encendedores te crean más adicción al ritual en sí, que la propia nicotina.

Richard terminó su cerveza y aún con la botella en la mano, dejó salir un sonoro eructo.

—¡Joder tío!... ¡Que asco das!

—¿Asco?... Vamos no me jodas. ¿Qué coño querías que hiciese con ese puto gas?

—Pues no sé, pero hay maneras de tirarse un eructo tío... Háztelo mirar.

—Verás... — Richard se apoyó en el sofá sobre su costado, medio girándose hacia mi y dispuesto a contarme... una de sus teorías— ...Tengo una teoría sobre eso de los gases...

—Ya empezamos... —Miré al techo intentando cargarme de paciencia a la vez que soltaba el humo del cigarro.

—No, de veras... es una buena teoría. Sí Dios existe –cosa que no dudo- y le dio por llenarnos el estómago de gases, así, sin más... es que es un jodido hijo de puta. Pero lejos de eso, su misericordia para con nosotros es tan absoluta que para que podamos liberarnos de semejante malestar, nos dio también un par de orificios a través de los cuales aliviarnos. De modo... que los eructos y los pedos, si lo analizas bien... se tratan indirectamente de una obra divina.

—Estás chalado.

—Si claro... llámame chalado, pero un buen pedo... es música para mis oídos.

Dicho eso y tras haberse quedado tan a gusto después de su sonada liberación, impulsó su cuerpo hacia delante, tomó el mando a distancia del televisor y le quitó el sonido al Late-Night de James Cassidy.

—¡Eh! ¿Qué se supone que haces? Me gusta ver el programa de ese loco.

—¿Ese loco te gusta?

—¡Si, me gusta! Cuenta chistes y hace entrevistas divertidas. Además... sus monólogos no tienen desperdicio.

—¿De veras?... Yo no entiendo sus chistes. A decir verdad... no entiendo una palabra de lo que dice.

Richard me miraba sorprendido. A veces tenía tan pocas luces que incluso se admiraba de que alguien fuese capaz de entender un programa de humor.

—Anda... dale volumen. ¿Quieres? —Le insistí.

—No tío, en serio... tenemos que hablar y este es un buen momento.

El novato quería hablar, y yo... un dinosaurio en este oficio ya me temí que sería una conversación larga.

—Con respecto a lo de antes... tienes razón en que no puedo pedir un extra a un cliente, pero...

—¿Pero? —Pregunté mientras empezaba a liarme un nuevo cigarro.

—Bueno... se gana bastante dinero con esto, no me puedo quejar, pero no puedo ingresarlo en un banco, no tengo una nómina y eso me impide pedir un préstamo... Estoy deseando comprarme una casa, y ¡joder!... aún no me llega y no sé hasta cuando cojones tendré que esperar.

Pasé la lengua por la parte adhesiva del papel de fumar. Me hallaba absolutamente entregado al ritual y debido a ello, provoqué un largo silencio tras las últimas palabras de Richard. Lo cierto era que el menester al cual estaba entregado merecía cierta concentración, pero además, empezaba a intuir por dónde iría la charla.

—¿Y?... —Le pregunté.

—Bueno, pues... ya que no se lo puedo pedir al cliente... me gustaría que hablásemos de ese 25% que te quedas por cada trabajo.

—¿Qué la pasa a ese 25%?

—Me parece excesivo, además... no entiendo demasiado bien qué haces con esa pasta.

—Ya, pero... ese fue el trato Richard.

—Lo sé, ese fue el trato, pero me gustaría saber si... es negociable. Simplemente eso.

¡Clinck... chassss... Check!... Encendí mi cigarro. En serio... me encanta ese ruido. Me quedé contemplando de reojo mi encendedor mientras tomaba una profunda calada.

—Lo lamento Richard, pero no... no es negociable. Además no tengo porque darte explicación alguna de qué hago con esa pasta, no es tu problema, pero... te recuerdo que dispongo de un local en el cual tengo media docena de coches para realizar los trabajos, hay que mantenerlos, hay que conseguir pasaportes y documentación y... hay que viajar para encontrar a nuevos clientes.

—Si vale, pero todo eso... ¿Conlleva tanto gasto?

—Mira Richard... suponiendo que me lo gastase en putas... se trata de mi dinero, de los gastos, y del trato al que llegamos cuando decidimos que te metías conmigo en esto.

—Si, de acuerdo... el trato, el maldito trato, pero mira, por ejemplo... el trabajo de esta tarde. Yo me he ocupado de todo. Ni tan siquiera ha sido como otras veces en las que lo hemos hecho a medias y tú... te llevas el 25%. ¿Por qué? ¿Qué diablos has hecho tú?

—Hice el contacto con el cliente, negocié un buen precio, planee el tema y te lo cedí a ti. ¿Consideras que eso es poco?

—Bueno... ya puestos no hacía falta que hicieses ni eso. También yo puedo buscarme un cliente.

—Sin duda, pero ... da la casualidad que a este... lo busqué yo.

Richard se levantó contrariado del sofá. Buscaba sin éxito su camisa. Estaba nervioso y frustrado porque el discurso que había estado preparando durante esos 200 kilómetros de regreso no surtía el menor efecto, al contrario, se estaba encontrando con una pared.

Yo le miraba convencido de que comprendería la situación y de que esos nervios terminarían convirtiéndose en una disculpa tras entender y hacerse cargo del tema. Richard era un buen tipo, podría decirse que incluso nos unía cierta amistad, pero por desgracia era demasiado joven, así que en cierto modo... todo era debido simplemente a eso.

—¿Dónde diablos está mi camisa?

—Ahí... ha caído justo detrás del mueble del televisor.

—Oh si... ya la veo.

Se agachó a recogerla y se incorporó de nuevo para ponérsela. Mientras abrochaba sus botones me miró con cierta expresión de fastidio.

Seguro que no tardaría en darse cuenta de que, en el fondo, lo que ha aprendido de este entorno oscuro en el que nos movemos me lo debe a mi. En este trabajo no basta tan solo con que no te tiemble el pulso en el momento de disparar un arma sobre alguien, sea hombre o mujer. No sólo vivimos de los encargos que nos hacen, sino que sobrevivimos gracias a que no damos demasiados datos sobre nosotros mismos, y que una vez hecho un trabajo es prácticamente imposible localizarnos a menos, que no sea mediante terceros ya que no son pocos los que deciden darle puerta al “mensajero” para no dejar ningún cabo suelto. Y mejor no hablar de los que se hacen los remolones a la hora de entregarte el total de lo acordado. Yo enseñé a Richard a moverse bastante bien por todo ese lodo durante el par de años que llevábamos juntos, y todo eso, sí era capaz de valorarlo en su justa medida... no tenía precio.

—¿Todo bien Richard?

—Pues francamente no... veo que no se puede hablar contigo de dinero.

—Richard, el negocio que yo tengo y del cual te dejo participar, no se trata precisamente de una ONG, de modo que si tienes problemas financieros es tu problema. No me cargues a mi esa responsabilidad. ¿Queda claro?

—No, no me convence, pero si esas son las condiciones y no hay más huevos... pues no me queda otra que aceptarlas.

Mal asunto. El polluelo no entraba en razón y estaba en un punto en el que difícilmente llegaría a hacerlo por más vueltas que le diese al tema.

Sí en este negocio, alguien no es capaz de ver una obviedad de tal calibre, la tensión en el trabajo puede llegar a ser horrorosa.

—Anda... ponte bien esa jodida camisa y vamos al almacén.

—¿Al almacén ahora? Estoy deseando llegar a casa y darme un baño... aún tengo pegado en mis narices el olor a sesos del gordo de esta tarde.

—Iremos ahora Richard. La semana que viene tenemos un trabajo y hay que sustituir las matrículas del coche que vamos a utilizar.

—Tú mandas... como siempre.

La noche estaba en calma, apetecía una paseo... lástima que el almacén estaba tan cerca de mi casa.

Richard y yo levantamos la puerta de hierro, guardé el candado en uno de mis bolsillos y mientras él encendía la luz yo trataba de volver a cerrar la puerta metálica con no poco esfuerzo.

—Coge el destornillador de la caja de herramientas y ve desatornillando las placas. Yo voy al despacho a buscar las otras.

—De acuerdo, démonos prisa que ya he tenido bastante por hoy.

—Vuelvo enseguida y te ayudo con eso.

Sobre un viejo mueble de mi despacho había una botella de whisky empezada, me serví un trago en un vaso pequeño y me lo tomé con cierta calma. Volví a llenar el vaso y tomé un segundo trago con algo más de premura, al poco rato, salí del despacho.

Richard me estaba esperando al lado del coche que nos iba a servir para el siguiente trabajo. Como de costumbre, había realizado mi encargo rápida y eficazmente.

—¿Y las matrículas? —Me preguntó.

Cuando un par de boxeadores discuten se lían a hostias, cuando un matrimonio se pelea se tiran los platos, cuando riñen dos borrachos se lanzan botellas, pero... cuando dos pistoleros se encabronan o no llegan a un acuerdo... tarde o temprano uno de los dos saca su “freidora” y deja al otro tendido en el suelo con un agujero entre las cejas del tamaño del plomo que escupe un 3-57.

El vacío del local se llenó de un intenso ruido que apenas duró un par de segundos. El cuerpo de Richard cayó al suelo panza arriba con un agujero en la boca del estómago y parpadeando ante los tubos fluorescentes que se hallaban en el techo.

Los rostros de todos aquellos que han pasado por tu pistola suelen aparecer tarde o temprano en sueños. Es una desagradable compañía a la que uno no llega a acostumbrarse por más tiempo que pase. Quizá por eso es recomendable no mirar nunca a los ojos de aquellos a los que les das plomo. Un rostro dice mucho, pero recordar una mirada es verdaderamente insoportable. No obstante, mirar a los ojos de aquellos a los que hay que eliminar, pero que nos son conocidos, viejos amigos o simplemente personas por las que uno siente aprecio, es una muestra de respeto.
Mi pistola estaba dejando de echar humo. Me acerqué a Richard y me agaché junto a él.

—¿Qué tal estás muchacho? —Le pregunté.

—¿Por... Por qué has hecho esto?... ¿Qué diablos...?

—Tranquilo Richard, no te muevas y relájate. Estoy junto a ti.

—Cojones tío... ¿Por qué...?

—Son los negocios hijo. Te enseñé que en este asunto no era fácil encontrar a nadie en quien confiar.

—Oh Dios mío... me muero. No... no entiendo...

—Sin duda en el tiempo que lamentablemente ya no tienes... hubieses llegado a entenderlo, pero ahora... ya es tarde.

—Oh vamos por favor... llama a un... médico.

—Descuida... he hecho un buen trabajo.

Creo que esas palabras ya no las oyó. Sus ojos se quedaron mirando los fluorescentes, pero sin parpadear, la luz ya no era molesta, ya nada lo era.

Me lié un nuevo cigarro junto a él y pensé que por la mañana me desharía del cuerpo. Era tarde, estaba algo cansado y toda esa mierda me había abierto el apetito. Recordé que Richard se había tomado la última Budweiser de mi nevera y que poco más que pan de molde y esa repugnante mayonesa era lo que tenía por casa, de manera que decidí darme una vuelta por el bar de Jack y tomarme uno de esos deliciosos sándwich de pavo que él preparaba.

Por el camino tan solo me acompañaba la noche.

Clinck... chassss... Check!...

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