martes

EL ARTE DE CAGAR


Agosto nos saludaba amablemente a través de las ventanas del estudio, pero como buenos trabajadores con un apretado calendario de entregas, nos hallábamos allí doce almas, afanados y menesterosos en nuestros respectivos quehaceres de escritura de textos, ilustración y dibujo para empresas editoriales. La ocupación era total y quedaba poco tiempo para la comunicación, la broma y la intimidad entre nosotros. La mayoría de conversaciones giraban en torno al trabajo diario, a las entregas correspondientes, a las citas con los clientes, a las reuniones, etc. Nos llevábamos muy bien, éramos un grupo compacto, formábamos un buen equipo, pero compartíamos poco más que oficio.

Valentí era quizá uno de los más dicharacheros del grupo; un tipo regordete, sano y que exhalaba desparpajo por todos y cada uno de los poros de su piel. Esa mañana se ausentó con un libro y pasó bastante tiempo fuera de su mesa, a decir verdad... ninguno notamos su ausencia. Al rato, entró en la gran habitación en la que estábamos el resto y comentó:

—Puaffff nenes... Acabo de soltar un pedazo de cagarro que me ha quitado 10 años de encima ... ¡Y 10 kilos!

Nos quedamos mudos...

De no ser que sus palabras se unieron al sonido de la cisterna del lavabo... jamás hubiésemos dado crédito a lo que acabábamos de oír. Pero si...efectivamente... estaba haciendo público... nos estaba contando... que acababa de cagar, y así... como si tal cosa. Alguien le aceptó el comentario con una tímida sonrisa mientras que de reojo... nos miraba al resto para ver que tal era nuestra reacción. Los demás nos mirábamos entre nosotros, pero acto seguido... decidimos devolver nuestras miradas a nuestros papeles sobre la mesa o a nuestra pantalla de ordenador. Valentí se sentó como si nada y rubricó:

—Buffff... de verdad... ¡Que a gusto!

Al día siguiente ya todos habíamos olvidado el comentario, pero Valentí... fruto de esa función inevitablemente automática y fisiológica como es la de cagar, volvió a ausentarse con su libro. El resto... nosotros, volvimos a caer en el error de no percatarnos de su ausencia para, cuanto menos, estar prevenidos a su regreso, pero obviamente, al rato... Valentí regresó y nos pillo de nuevo por sorpresa:

—¡Bah!... Hoy como si nada... apenas unas bolitas.

Y ahí que la cisterna acompañaba a su discurso como si se tratase de la banda sonora habitual. “Grrrroooooooorrrgggggggggsssshhhhh....”

Esta vez las miradas entre nosotros fueron más descaradas y algunas risas incluso hasta sonoras, recuerdo que David rompió a carcajada limpia, e incluso Marc... el más lanzado, no pudo evitar darle pie con una extraña necesidad de saber más:

—¿Apenas bolitas?... y ... ¿Cómo fue la de ayer?

—La de ayer fue apoteósica —Valentí respondió como diciendo: “me encanta que me hagas esta pregunta”, y siguió—... Fue de aquellas que te la llevarías a casa y la enseñarías a la familia, como quien presenta a una novia... Sabéis a qué me refiero ¿No?

Perplejos... el que menos estaba perplejo perdido, pero por otra parte, el tema, nos supuso a todos una liberación. Un escapismo de nuestra realidad diaria a la que nos apuntamos sin pudor y con el firme deseo de ... estrechar lazos?

—¡Ah! Pues yo a veces hago unos cagarros que son como bolitas, pero que están unidas entre sí... apretaditas y eso. Sabes? —Marc seguía el rollo como tratando de compartir con Valentí alguna especie de afición oculta o prohibida.

—¡Por supuesto! —Afirmó Valentí con seguridad y demostrando que era un experto en “el tema” —. Ese es el “cagarro molecular” debido a que su aspecto es similar a las estructuras moleculares que aparecen en los libros de química. Te refieres a esos ¿No?

—¡Siiiiii !... ¡Eso mismo!, ¡Es verdad!

Marc entró en una fase de euforia. Acababa de descubrirse un mundo ante él, una luz ... y Valentí... era su gurú.

Obviamente la mierda, pasó a ser uno de nuestros temas de conversación preferente y al poco tiempo ya no había ningún secreto entre nosotros. El compartir con los demás esos momentos, el hablar de ellos, el explicarnos cómo eran nuestras respectivas cagadas, su textura, color y forma, nos llevó a contarnos muchas cosas más con respecto a diversos temas, a compartir nuestras reflexiones más profundas, nuestras vivencias más íntimas y a tenernos a todos como confesores los unos de los otros. La confianza era total. Faltaba algo como eso, alguien como Valentí para que nos diésemos cuenta de lo mucho que nos queríamos entre todos y de lo importante que era eso de compartir. Ya nadie se cortaba un pelo a la hora de salir del lavabo y de explicar al resto que tal le había ido la puesta diaria.

“Grrrroooooooorrrgggggggggsssshhhhh....”

—Tíos... ¡Casi nada! Acabo de dejar a uno allí al que casi he tenido que quitar con espátula!

Y siempre había alguno que añadía su comentario gracioso:

—¡Joder!... Otro día avisa y le sacamos una foto.

Y como no... Valentí nos ilustraba en torno al nombre que pertenecía a dicha defecación, según su naturaleza o aspecto:

—¿Con espátula? Posiblemente se ha tratado de un “cagarro gotéele”, suelen ser bastante cabrones debido a que quedan fuertemente adheridos a las paredes del retrete y cuesta despegarlos de ahí con un solo golpe de cisterna. ¿Era además grumoso?

Y así fue pasando el día a día y todos, ya no sólo Valentí... sabíamos más y más sobre los cagarros y sus respectivos nombres. Una nueva ciencia se mostraba ante nosotros y las aportaciones de todos –siempre bajo la atenta mirada y supervisión de Valentí- ayudaron a confeccionar una extensa lista de tipos de heces con su definición correspondiente y de la cual, si me lo permitís... os hago un extracto:

La diarrea: Sin secreto alguno. Todo el mundo sabe lo que es y decidimos dejarle ese nombre ya que era correcto, de modo que... Para qué cambiarlo?

El cagarro fuente: Es el típico que por su tamaño más bien pequeño, pero que por su consistencia recia, cae con fuerza en el agua de la taza y produce una graciosa salpicadura –no superior a unas pequeñas gotas-. Dichas gotas te salpican el culo y siempre hay una... que te da de lleno en el ojete y te hace estremecer.

El cagarro gotéele: Es el que genera como una especie de estucado por las paredes del retrete, lo pringa todo y de él existen dos variantes: el estucado clásico, que contiene pequeños grumos o textura, y el liso o estucado veneciano. Este último es también conocido como el “cagarro Nocilla”.

El cagarro Nocilla: (Ver cagarro gotéele)

El cagarro cabra: Presenta el mismo aspecto en forma de “bolitas” que la caca de cabra que cualquier amante de la naturaleza puede encontrar en mitad de un prado.

El no cagarro: Es ese que aprieta en el estómago, que te vuelve loco, que empuja cual ariete, que te rompe por dentro hasta que no puedes más y acudes al lavabo, te desprendes de tu pantalón y calzoncillo, preparas el esfínter para lanzar la artillería y ... PREEEARRRT!!!... no era un cagarro. Se trataba de un traicionero gas, un jodido pedo que incluso a veces... puede ir acompañado de un posterior escozor.

El cagarro pendulón: Se trata del cagarro aparentemente normal que cuando ya está más afuera que adentro... no sale debido a que presenta una textura demasiado blanda. La cuestión es que queda ahí colgado... en suspenso y sin saber bien si terminar de salir. En esos casos sólo hay una opción; y es la de sacudir el culo, provocar en el cagarro un efecto péndulo que le zarandee, hasta que, con suerte, logremos hacerle caer.

El cagarro costilla de Adán (o cagarro de la creación): Es el cagarro pegajoso, blandengue, pero moldeable. Con él se podría modelar una figurita de Adán, insuflarle aliento de vida, extraer de él una costilla y crear a una Eva.

El killer cagarro: Es el que no da su brazo a torcer, el que planta cara y con el que debemos emplear gran esfuerzo. Ante él, quien lleva gafas se las quita, quien lleva corbata se afloja el nudo, quien lleva cuello alto debe apartarlo de su gaznate, hasta que finalmente cae, lo miramos con odio y se nos presenta ahí... en el interior de la taza, vencido, pero impregnado en la sangre que nos ha provocado al desgarrar brutalmente las paredes de nuestro esfínter.

El cagarro “soy gay”: Es el que sale, pero no del todo... de nuevo entra, de nuevo sale ... no hay forma, pero el muy cabrón... encima te gusta.

El cagarro Faria (o Cubano): Es el clásico que presenta aspecto de puro.

El cagarro imperial: Se trata del príncipe de los cagarros: es marrón, de gran tamaño, se presenta recio, tieso y resistente. Sin duda un cagarro como Dios manda y en toda regla.

El cagarro imperial con brillo: El rey indiscutible. La madre de todos los cagarros y de mayor tamaño que el cagarro imperial, además... se presenta reluciente y desafiante.

El cagarro Lázaro: Es el imperial con brillo, pero que cuando tiras de la cadena... resucita, vuelve, sale de nuevo a flote... siempre está ahí.

Habían muchos más, una verdadera infinidad que ya ni recuerdo, pero esa lista, clasificada por orden de dureza de menos a más, permaneció colgada de un corcho que cubría una de las paredes del estudio, y nos fue de gran utilidad cada vez que uno de nosotros salía del lavabo con dudas al respecto de su propia “creación”, generalmente preguntaba al resto, describía al producto en cuestión, cada uno decía la suya, se consultaba la lista para ubicarlo correctamente en ella, y en caso de que no hubiese unanimidad o acuerdo, Valentí tenía siempre la última palabra. Alguna vez incluso, y debido a la particularidad o rareza específica de alguna deposición concreta, Valentí tomaba la decisión de ampliar la ya extensa lista con alguna nueva especie. Ese día, el día en el que eso sucedía... era una experiencia mística.

Recuerdo con asco, y especial sobrecogimiento, el día que añadimos a uno de esos “rara avis” a nuestra lista...

Hay ocasiones en las que puedes ir bastante tranquilo por la calle, aún y que interiormente sientes la necesidad de apoltronarte en el retrete con un buen libro y dejarte llevar. La situación la capeas bastante bien, pese a algún que otro arrechucho que se presenta de forma intermitente, a lo sumo aceleras ligeramente el paso, pero poco más... sabes que pronto podrás cumplir con el necesario desahogo, pero contra todo pronóstico y precisamente en el momento en el que te encierras en el ascensor, y ves... que llega ese momento... tu estómago dice que “ya basta” y la necesidad y el deseo se vuelven irreprimibles e incontrolables, estás a escasos metros de meter la llave en la puerta, lanzarte a toda velocidad hacia el lavabo, pero no puedes... no llegas... imposible. Él sabe que se acerca su hora y quiere salir ya! Eso le sucedió un día a Jesús... el pobre entró en el estudio absolutamente pálido, no consiguió llegar al ático en el que se encontraba la ansiada meta, según nos contó -después del sofoco inicial- a la altura del tercer piso, más concretamente... entre el tercero y el cuarto, la situación ya se convirtió en extrema y notó, de golpe... como se abultaba la culera de su pantalón, trató de agarrarse con fuerza a las paredes del ascensor y aspirar e inspirar como si se tratase de ejercicios preparto, pero ya todo era inútil; el cuesco inicial vino seguido de una potente hez en forma de bola a la que le siguió un auténtico e incontrolable chorro de mierda que patas para abajo resbaló hasta pringarle los zapatos. Ahí... ya en el interior del estudio y de pie, pero acharrancado en medio del pasillo Jesús nos miraba a todos y todos le mirábamos a él. Ni que decir tiene que se trataba de un espectáculo lamentable.

—¡Valentiiiiii!!!! —Jesús llamó al gurú con la misma intensidad que un bebe llama a su madre a través del llanto— ... Cómo le llamamos ... ¡¿A este?!

Nos quedamos todos en silencio mirando a Valentí, si él no tenía respuesta para eso... no la tenía nadie. Valentí arqueó una ceja sin perder de vista a Jesús, con su dedo índice frotó durante escasos segundos y suavemente su barbilla ... y finalmente dijo:

—Le llamaremos... “cagarro cola de caballo”.

Y después de eso, Valentí vio que eso era bueno, nosotros quedamos en paz con nosotros mismos y Jesús con su espíritu.

Fuimos los reyes indiscutibles y con esa ciencia que descubrimos, en torno a la cual teorizamos y de la que llegamos a convertirnos en auténticos eruditos, nos vimos capaces de todo. Empezamos a hacer apuestas, de manera que cuando uno iba a ir al lavabo avisaba al resto:

—Tíos... voy a cagar, ahora vuelvo.

Los demás nos uníamos en corro y cada uno vaticinaba y hacía su predicción:

—Yo digo que hoy este hace un imperial con brillo.
—¡Ni hablar!... hoy le toca un costilla de Adán.
—¡Que dices loco!... ese no ha hecho un costilla de Adán en su vida, los hace como puños. Yo apuesto por un Lázaro.

... y así todos. Volvíamos a nuestros lugares y esperábamos noticias sobre el acontecimiento hasta oír el ansiado:

“Grrrroooooooorrrgggggggggsssshhhhh....”

Los que acertaban eran invitados a comer en el restaurante de menú de la esquina por los que perdían, y así de ese modo crecía la gran hermandad que ya era la tónica general entre nosotros.
También, y basándonos en la teoría de que todos habíamos experimentado más de una vez en la vida casi la totalidad de las distintas formas que existía en nuestra lista, nos atrevimos a realizar estadísticas según edad, número de habitantes y clase social, para averiguar cuales eran las modalidades de deposiciones más corrientes en la población española.

Llegamos a adquirir tal dominio que incluso según lo que cenábamos la noche anterior, lo que desayunábamos esa misma mañana, o bien... el tiempo que aguantábamos para soltar nuestro cagarro mañanero, éramos capaces hasta de modelar en nuestro intestino la defecación deseada, de modo que si un día a uno le apetecía “fabricar” un gotéele no tenía más que desayunar con un café seguido de un zumo de naranja y aguantar durante un par de horas los retorcijones.

Sin duda descubrimos un gran mundo ante nuestros ojos. Llegamos a sublimar algo que el resto de la humanidad contempla sin contemplar, hace por pura necesidad, pero sin encontrar en ello ningún placer. Y eso señores... nos hacía especiales y genuinos.Amigo Valentí... donde quiera que estés ahora, espero que te vaya bien. Deseo que allí donde trabajes y con quien compartas el tiempo que antaño compartiste con nosotros, les instruyas como sólo tu sabes en este arte, y que sobre todo... sigas compartiendo tu mierda con los que te rodean.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno el relato. Me he partido el culo (nunca mejor dicho). Sigue así. CIAO!

Anónimo dijo...

¡¡¡ Agggggg !!!....

¿Estas cosas las escribes en la ofi o en el w.c.?....

Muy diver, sí...

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