martes

POST OPERATUM

Instantes antes acababan de someterle a una operación de tiroides en la que le extirparon toda la glándula eliminando así una frenética hiperfunción que de un tiempo a esta parte le traía loco.

Empezaba a tener conciencia de cómo iba despertándose de la anestesia y sentía de modo borroso unas primeras sensaciones que no dejaban de ser sorprendentes. La primera fue la de un pensamiento de ignorancia en torno a si los muertos despertaban de la muerte o si se quedaban en ella por la eternidad, lo que si sabía era que él se estaba despertando, pero sin tener todavía demasiada claro de qué ni dónde, de modo que en una primera desazón quiso cerciorarse de que no había ninguna etiqueta colgada en alguno de los pulgares de sus pies; la diferencia marcaba la posibilidad de despertar en la sala postoperatoria o en la morgue y por suerte, no había etiqueta alguna. La segunda sensación, o impulso fue el de echarse la mano al cuello, notaba un leve dolor y era necesario constatar que la herida estaba vendada y que su cabeza seguía sobre sus hombros, efectivamente... lo estaba. La última sensación fue la más curiosa, pero la más agradable. Nunca hubiese imaginado que de una anestesia, alguien pudiera despertar como si se tratase de una mañana cualquiera en un día normal, pero allí estaba, empalmado con una contundente y feliz erección.

No era necesario que el cirujano o la enfermera se acercaran a él para decirle que la operación había ido bien y que el patólogo había dictaminado que la glándula estaba limpia de elementos malignos. Aquella señal, aquel “síntoma”, era la prueba inequívoca de que todo había salido perfecto.

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